Camino de Santiago – Un peregrinaje

Saint Jean Pied de Port – Santiago de Compostela – Finisterre

Un peregrinaje a pie

 

Pensamientos antes de empezar, planificación, primeras separaciones

Desde hace 7 años tenía previsto hacer el Camino de Santiago. Pero no quería caminar sola (una tontería!). En un primer momento quería peregrinar con Robert, un compañero de estudios, pero luego todo fue muy distinto. Nuestro ritmo no era el mismo, él caminaba mucho más despacio que yo y también hacía más pausas. Eso, a la larga, no podía funcionar, y antes de que hubiéramos podido discutir me despedí de él en el cuarto día de camino, por supuesto en paz y de mutuo acuerdo. El conocimiento del camino ya era evidente después de muy poco tiempo: cada uno tiene que buscar su propia velocidad y su propio ritmo.

La gente en el Camino de Santiago

Pero eso fue lo mejor que hice. Robert llegó finalmente unos días mas tarde que yo a Santiago. Cinco minutos después de haber dejado a Robert encontré a un estudiante de economía, un Italiano de Milán de 22 años que caminó exactamente al mismo ritmo que yo y con quien peregriné los 800 kilómetros que quedaban hasta Santiago y aún más hasta el mar. Ya en el mismo día, pero aún con mas proximidad durante los días siguientes, se formó un grupo (que es muy raro en el Camino; normalmente se conoce a algunos peregrinos, se camina un poco con ellos, pero después de un rato cada uno sigue su propio camino) componiéndose de un profesor de historia de 56 años de Bilbao, un profesor de inglés de 36 años de Almería, un osteópata de 35 años de Madrid, el estudiante italiano de economía y yo. ¡Muy curioso!

No caminábamos juntos todo el día (sólo el Italiano y yo casi siempre), pero cada mañana uno despertaba a los demás, esperábamos hasta que todos estuviéramos despiertos, partíamos juntos, hablábamos y cantábamos juntos, elegíamos los mismos albergues, planeábamos juntos el camino para encontrarnos por la tarde en los albergues (como tarde allí, pero a menudo, nos veíamos antes en algunos sitios), comíamos juntos y pasábamos el resto del día juntos. Cuanto más nos conocíamos más valorábamos el hecho de caminar juntos durante el día. Un grupo estupendo, buena gente, cada uno con su forma de ser. Lamentablemente el profesor de inglés tuvo que irse en León, porque había prometido a algunos amigos suyos ir con ellos a un festival, y el profesor de historia se marchó en Astorga porque tuvo que ir a ver a su suegra enferma a Alemania. Pero nosotros tres fuimos el resto del Camino juntos, y cuanto más caminábamos, más unidos estábamos y más agradecida estaba de tener esos maravillosos, muy distintos, muy serviciales, divertidos y queridos seres humanos a mi lado y de compartir la vida del camino con ellos, en todos los momentos bonitos, pero también en los momentos de desesperación, tristeza y debilidad.

Albergues – Habitaciones con dos camas y salas de 200 colchones, enfermedades, piojos y medicamentos

Sobre los albergues sólo puedo decir que existía de todo, desde habitaciones dobles maravillosas con verdaderas camas (sólo una vez) hasta literas triples y chinches en la cama (gracias a Dios que vi sólo un uno). Pero tenía algunas marcas que hasta un ciego se hubiera daba cuenta que no eran de mosquitos. Una peregrina sueca tenía piojos (eso es horrible sobre todo cuando uno está en contacto con tantas personas). Generalmente los dormitorios eran grandes, aproximadamente unas 20-30 camas, casi siempre literas, pero en los monasterios había también dormitorios con 200 camas. ¡Vivan los tapones de oídos y la Dormidina! Después de no haber dormido ni 5 minutos durante la primera semana, fui a una farmacia y la mujer me dio éste antihistamínico. A partir de ese momento dormí como un lirón y no tuve ningún problema para levantarme de madrugada (sobre las 5), por lo demás, no tuve molestias. Tomé algunas veces Ibuprofeno 600 porque tenía poco entrenamiento y bastantes agujetas. Las montañas eran en realidad más altas y empinadas que aquí, por eso las cuestas eran mucho más duras de superar.

Los últimos 100 kilómetros o el asalto español

Precisamente los albergues eran peores en estos últimos kilómetros antes de llegar a Santiago que en el resto del Camino, a partir de aquí ya se puede recibir la Compostela. En el camino, al igual que en los albergues, hay demasiada gente. Algunos están tan locos que alquilan un minibús para llevar sus atuendos al albergue siguiente, de forma que sólo caminan con una bolsa pequeña. Por supuesto que no tomamos muy en serio a esa gente. Los albergues después de Santiago fueron de nuevo más agradables, a decir verdad, también estaban llenos porque sólo tenían 20 camas y delante de la puerta había 40 personas esperando. Pero como nosotros tres siempre llevábamos buen ritmo no teníamos nunca problemas de coger un buen sitio. Una cosa que me sorprendió es que en casa soy muy quisquillosa en cuanto a la limpieza de cocinas y baños se refiere. Allí me volví cada vez un poco menos pulcra. Al final estaba muy contenta de tener tan sólo una ducha. Las condiciones ya no importaban, y éstas en la mayoría de las ocasiones no eran muy buenas que digamos, más bien malas, pero: el turista exige, el peregrino agradece.

Pan y vino

La comida era buena pero demasiado grasienta. En realidad creo que nunca en toda mi vida he comido tanto y con tanta grasa. Sólo de manera muy esporádica cocinamos nosotros mismos. Normalmente comíamos el menú del peregrino (así se llamaba). Éste menu constaba de 2 platos, bebida, pan y postre, todo entre 6 y 11 euros, generalmente 8. Cada día a parte del menú, también tomábamos vino, cerveza y un chupito de hierbas después de las comidas.

Una espiritualidad que se hace sentir incluso haciendo la mochila

¿Y espiritualmente? Mantuve conversaciones muy interesantes con personas muy distintas que se cruzaron en mi camino, desde conversaciones divertidas, hasta absurdas, tristes, animadas, comprensivas y profundas. Naturalmente teníamos también conversaciones sobre relaciones, amor y vida cotidiana, amistad, presión familiar, esperanzas, sueños, destino, necesidades, etc. El Camino hace el resto, la rutina del mismo ayuda al espíritu. Nunca he oído tanto a mi cuerpo y sus necesidades, y si uno no lo respecta, tiene que pagar por su conducta en seguida. Algunos peregrinos cojeaban a lo largo de una semana o más por éste motivo, fatigándose demasiado. Los problemas más comunes eran: las tendinitis, las ampollas y ver a peregrinos que llevaban muy poca agua y no tenían nada para beber en la meseta, el “desierto” español entre Burgos y León. En éste sentido pude ayudar en algunas ocasiones ya que siempre llevaba agua de sobra y ya se sabe del dicho, más vale que sobre que no que falte. Resulta muy beneficioso escuchar al cuerpo y hacer cada día las mismas rutinas cuidando hasta los detalles más pequeños. Podía hacer mi mochila en absoluta oscuridad y encontrar las cosas que necesitaba.

Misas, iglesias, curas

Fuimos aproximadamente cada tres días a una misa. Una me gustó mucho pero las demás me parecieron horribles porque eran muy anónimas y el cura muy distante y mirando a la gente por encima del hombro y sin ninguna palabra de Dios. Después hubo, por supuesto, largas conversaciones sobre las diferencias de la liturgia católica y protestante y sobre las distintas perspectivas en general. También charlamos sobre muchas cosas: Europa, nacionalidad (¿por qué se siente un Italiano como Italiano y un Aleman como Europeo?), amistad, muerte, etc.

Llegar – pero no al final del camino…

Y de repente sólo faltaban tres días para llegar a Santiago, el Italiano no sentía ya más dolores, tan sólo una ilusión increíble. En consecuencia sentí remordimientos porque no experimenté nada especial, por lo menos los últimos días me parecieron igual que los anteriores. Tampoco sentí nada especial en la mañana que llegamos a Santiago (sólo planeamos 5 kilómetros ese día para tener tiempo suficiente de ir tranquilamente a la misa del peregrino y de encontrar antes una habitación). Para mi no era importante si algún “santo” estaba allí en su tumba o no, pero cuando entré en la plaza de la catedral una sensación extraña me invadió. Fue como una pequeña liberación, los últimos 800 kilómetros se desvanecieron de una vez y tuve que llorar. Me senté en el suelo (en ese instante cada uno de nosotros estaba solo) y canté una canción sobre la resurrección de Jesucristo – no sé como se me ocurrió esa idea. Al mismo tiempo observé a la gente en la plaza y sentí que Dios estaba dentro de aquellos mismos seres humanos que contemplaban la pesada catedral y no sólo en ella. Fue un sentimiento sobrecogedor.

Un Padrenuestro común en tres idiomas

Pasamos dos días en Santiago antes de seguir hasta Finisterre. La sensación cuando llegué allí fue muy distinta. Precisamente el mar significó mi final del Camino de Santiago (pues no necesitaba una iglesia), pero no el final de mi propio camino – el camino sigue para cada uno de nosotros allá donde vayamos, el verdadero camino empieza cuando acaba. Cuando vi el mar  contemplando una maravillosa puesta de sol, no tuve que llorar sino reír, eso me vino muy bien y me dio mucho. Otra vez los tres estuvimos solos ensimismados en nuestros propios pensamientos. Después rezamos juntos un Padrenuestro cogidos de las manos y cada uno en su idioma. Fue una sensación increíblemente intensa y emotiva que simbolizaba la unión tan estrecha que habíamos tenido durante todo el Camino.

El día siguiente fuimos en autobús a Santiago donde encontré a Robert que acababa de llegar. Así se cerró el círculo.